Granada vive hoy como vivió durante 800 años, en un lugar fronterizo entre dos realidades que conviven y se complementan. La Alhambra es la ciudad, fortaleza y palacio erigida por los monarcas de la dinastía Nazarí del Reino de Granada. Es el símbolo de la ciudad, el monumento más visitado de España y la obra cumbre del arte musulmán en Europa.
En sus calles se habla andaluz, inglés, francés, japonés y todo lo que haga falta, mientras el objetivo sea comunicarse. Fiestas como la Semana Santa, o el Corpus son testimonio de tradiciones religiosas, pero la herencia musulmana se percibe en sus calles, en los nombres de las plazas o en la Calderería Vieja del Albaicín. La ciudad alberga el Parador más demandado de España y restaurantes de lujo con vistas de ensueño.
Entre la copla de Carlos Cano y el rock de Miguel Ríos, entre el mar mediterráneo y la Sierra Nevada, entre el Darro y el Genil, atrapada entre colinas, prisionera de su herencia musulmana, judía y cristiana, Granada es, quizá más que ninguna otra ciudad, un lugar donde tiempo y espacio se funden. Un aquí y un ahora donde todo y todos tienen cabida, y quizá por ello, al pasear sus calles nos envuelve el sentimiento mágico de que en ella todo es posible.
La ciudad es andaluza en sus fiestas, en su tapeo, en su gastronomía, pero la mayoría de sus visitantes son estudiantes extranjeros. Los universitarios comen en los bares por el precio de un par de consumiciones y mochileros de todas partes del mundo tocan la guitarra en el Paseo de los Tristes. La ciudad acoge en la actualidad el mayor número de Erasmus de Europa. Granada ha sido glosada por Lorca y diseccionada por Brenan y ha parido esa música híbrida de sentires y tonalidades, de llantos y gozos que es el flamenco. Y a lo largo de su historia ha enamorado por igual a reyes musulmanes, a nómadas gitanos procedentes de la India y a ilustres viajeros internacionales, hasta tal punto que todos ellos han deseado quedarse en Granada.
Fuente: Lonely Planet (Marzo 2017)